Auckland; playas, parques y museos.
En este viaje decidimos hacer las cosas un poco diferentes. La idea es levantarnos temprano para trabajar y escribir, así entre las 10 y las 11 ya estamos libres para hacer lo que queramos. Ya iré contando como nos resulta el plan mientras pasan los días.
Por lo pronto la primera noche dormimos re bien. Igual el cambio de horario me hizo despertar a la 1am lista para empezar mi día con todo, hasta que miré el reloj y me di cuenta que tenía que seguir durmiendo. Por suerte me dormí enseguida sin problemas.
A las 5am nos despertamos bien descansados y nos pusimos a hacer todo.
Me encanta despertarme temprano, siento que puedo aprovechar mucho más el día. Si bien a la noche tengo que acostarme más temprano porque sino al otro día no me podría levantar, prefiero la mañana a la noche. Y pensar que hace unos años atrás levantarme a las 9 me parecía madrugar.
El asunto que a las 11.30 habíamos terminado de hacer todo, bañados y con los sanguches preparados para salir al día hermoso que hacía en Auckland.
La idea para el día de hoy era preparar comida y salir a comer al aire libre, luego ir caminando hasta el centro (que serán una hora y media o dos a pata, depende cuanta garra le pongas :P) y una vez en el centro recorrer diferentes lugares.
Salimos y lo primero que notamos fue el agua de un color turquesa increíbleee!
Fuimos caminando por el paseo al lado de la costa hasta que encontramos un lugar con bajada a la playa, árboles, banquitos y pasto para hacer el primer descanso para comer nuestra viandita.
Apenas sacamos los sanguches, nos empezaron a rodear palomas y gaviotas. Acá las gaviotas son re atrevidas, se te acercan más que las palomas y encima te piden comida. Esto ya lo habíamos visto con otras personas y en unos videos de YouTube, así que para evitar amontonamiento de aves a nuestro al rededor y posibles robo de comida decidimos dejar los sanguches guardados y los íbamos sacando de a uno mientras íbamos comiendo. Estrategia muy efectiva porque se nos acercaban de a poquitas y cuando veían que no tenían chances se iban.
El día estaba precioso sol, vientito playero, gente tomando sol ( creo que no se enteraron que arriba tienen flor de agujero en la capa de ozono, danger), niños con sus palitas y rastrillos, señores mayores descansando y también metiendose al mar con gafas para el agua, grupos de chiques metiendo de prepo a amigues al mar totalmente vestides, gente caminando, otros andando en bici o en ese monopatín eléctrico que va a las chapas y no emite carbono, perritos tomando agua de pequeños tarritos, todos en la suya disfrutando su momento en la vida sin molestar al otro.
Comimos disfrutando la compañía del otro, disfrutando el sonido de las olas que si bien no hay muchas el mar siempre tiene ese sonido tan particular que calma, y cuando terminamos me saqué las zapatillas y fui a meter los pies al agua que estaba a temperatura ambiente. Después fuimos caminando por la playa hasta que se terminó y nos chocamos con una escollera. Fran se aventuró y se fue hasta la punta.
A la mitad del camino nos dimos cuenta que el sol estaba pegando fuerte y si bien nos habíamos puesto protector solar, Fran no tenía gorro así que dijo: ” y si usamos uno de esos monopatines eléctricos?”. A los pocos minutos encontramos unos estacionados al costado del camino.
Estos monopatines están dispersos por toda la ciudad, se llaman “Lime” y son facilísimos de usar. No necesitas más que tener la aplicación de la empresa bajada en tu celu para activarlos. Una vez que escaneás el código te habilita para usarlos, te va cobrando dependiendo la distancia que recorras y una vez que llegaste al lugar que querías o ya no la necesitas más las dejas ahí y finalizas el recorrido en el celu.
A mi me daba un poco de miedito, pero fue muy fácil. En un momento casi me voy para el mar, pero fue mala mía, porque estaba manejando sólo con una mano y con la otra estaba intentando sacarme los pelos de la cara, jajajaja. Llegamos a ir a 30 km por hora! Muy rápido.
Cuando llegamos al tráfico del centro decidimos dejarlas a un costado de la vereda, no quería morir aplastada por un colectivo :P.
De ahí fuimos al Skytower, el edificio más emblemático de Auckland, el cual se puede subir y tiene miradores que se puede ver toda la ciudad y los alrededores (hasta 82 kilómetros a la distancia si no está nublado). Mide un poco más de 300 metros y desde arriba se puede hacer el sky jump (que es tipo el bungee jumping) o sino tmb se puede caminar por alrededor de la Torre atado con un cablecito. Todo muy extremo para nosotros jajaja. Va, a mi caminar por alrededor de la torre me hubiese gustado, no se mi vértigo como hubiese estado, pero sale muy pero muy caro tanto eso como el skyjump.
En la parte de afuera del Skytower había una decoración de navidad invernal con nieve falsa, gnomos, arbolitos navideños blancos y verdes, renos y domos de nieve gigantes. Obviamente somos turistas y nos sacamos fotos con todo eso.
Seguimos caminando y viendo rincones muy lindos de esta ciudad. Si bien están construyendo un montón y no deja de ser una ciudad llena de autos y edificios tiene cierta tranquilidad que me gusta. Vas caminando y te encontraste con un callejoncito techado todo iluminado y con mesitas para ir a comer, con verde, con calles empedradas.
Llegamos al parque más grande dentro de la ciudad llamado “Auckland Domain” es inmenso y te podes perder tranquilamente ahí adentro. Hay muchas subidas y bajadas y tiene tal vegetación que, cuando te adentras lo suficiente, no te das cuenta que estás en el medio de una ciudad con edificios inmensos a tu alrededor.
Tengo que decir que ya estaba bastante cansada, mi barrita de energía estaba medio baja. Yo pensaba que estábamos yendo a un museo, cuando de repente Fran me dijo: “no, perá vamos por acá”, media perdida lo seguí hasta que vi que se asomaba una edificación. Era un jardín de invierno!!! El “Domain Wintergardens”, y tiene dos jardines de invierno uno “frío” y el otro “tropical”.
Flores, plantas, cactus y suculentas de todos los rincones del mundo, con las características más raras y las formas más exuberantes que vi. En el tropical tengo que decir que estaba bien espeso el aire (Buenos Aires una maravilla comparando el nivel de humedad y calor que hacía ahí adentro). Era muy loco como al entrar al jardín de clima más “frío” se escuchaban un montón de pajaritos cantar y luego cuando pasabas al “tropical” no había ni un grillo. No era su hábitat, no están acostumbrados a ese tipo de biosfera y yo tampoco.
Jardín de invierno frío
Jardín de invierno Tropical
Algo hermoso que no puedo dejar de recordar es que los jardines de invierno estaban separados por un jardín al aire libre con fuentes y estatuas. En cada una de las cuatro puntas de este jardín había una estatua de una mujer representando una estación del año. La de otoño tenía frutos en sus manos, la de invierno estaba más abrigada, la de primavera estaba llena de flores y la de verano estaba ahí gozando el calorcito ( no, no se la verdad no le vi nada especial).
La anatomía de estas estatuas siempre me deja boquiabierta. Cómo pueden de una piedra o mármol o un material imposible hacer una forma tan natural y dinámica. Los músculos, los dedos, las curvas, es increíble.
La próxima y última parada era el museo de guerra, el “Auckland War Memorial Museum”. Lamentablemente llegamos cinco menos veinte y estaba abierto hasta las cinco. Como salía 25 dólares el ticket pensamos en volver otra día y cuando le fuimos a preguntar algo a la mujer de la entrada nos dijo que pasemos y que recorramos lo que podamos hasta las 5 y si podíamos que dejemos algo en el buzón de donaciones. Súper agradecidos, dejamos una donación y fuimos a recorrer un poquito todo. Si bien vimos solamente una parte del museo, pudimos captar la esencia Maori. Las edificaciones, las tramas, los materiales. Todo recargado, de madera y sacado de la madre tierra.
A las cinco salimos y decidimos volver al centro para comprar unas comidillas. En el medio nos adentramos por unos caminos medios salvajes dentro del parque “Auckland Domain”. Nos embarramos, nos perdimos, salimos a estación de un tren, nos volvimos a meter, vimos unos pajaritos muy raros (como unos gorriones súper súper chiquito y con una cola más grande y larga) y volvimos a salir a un camino. Ahhh, que linda la aventura de ciudad, jajaja.
Cuando llegamos al centro fuimos a “Tank” a comprar un bowl de frutas para mí, que tenía açaí, banana, arándanos, coco, guaraná (lástima que estaba haciendo frío y al tomar esto me dio todavía más frío).
Fran por su parte quería algo más potente así que caminamos un par de cuadras más y llegamos a “Lord of the Fries” que es como un lugar de comida chatarra pero vegano. Tiene diferentes hamburguesas con papas fritas, así que el pidió ahí el “Parma veggie burger” que consta de un paty de pollo vegano, salsa napolitana, queso veg, panceta de soja y cebollita picada, bueno y también unas papitas fritas. Lo que se veía eso!!
Nos fuimos a sentar a un lugar re lindo que había al lado del “LOTF”. Yo me comí mi pote de frutas que estaba riquísimo! (realmente necesitaba un par de grados más, nada más, jajaja) y Fran se comió su súper hamburguesa vegana copada con los animales.
Terminamos y ya súper cansada, Fro me arrastró hacia el supermercado para hacer las compras para las próximas comidas. En el súper nos compramos unos ricos snacks para comer en el camino hacia la casa, aparte de varias cosas para cocinar en los próximos días. Hay mucha diferencia en el precio de salir a comer afuera y de comprar y hacerse en casa. Lo que gastamos en una comida, tenemos para hacernos como tres comidas en casa, y la verdad es que a mi me encanta la comida en casa. Lo único que siento que realmente vale la pena son las tortitas, son exquisitas y en Buenos Aires no hay tortitas vegan y gluten free para disfrutar muy seguido.
Para volver nos tomamos el bus que nos deja en la puerta de casa, mientras viajábamos comíamos snacks y mirábamos el paisaje (ya que es un colectivo que va costeando el mar). Vimos como el mar había bajado muchísimo desde hoy al mediodía!